lunes, 30 de abril de 2012

Heridas de la vida

Una vez, escuché decir a una chica de algo más de veinte años, lo que le pasó en un momento de su vida. Fué aún en el colegio, cuando en aquel entonces, tan solo tenía la edad de diez años.


Esa época en la que la inocencia te deja disfrutar por completo de la vida, y tu mayor preocupación es no llegar ni un minuto tarde, al lugar donde quedas siempre con tus amigos en el recreo, a la sombra de aquel viejo árbol donde jugábais todos los días.

La mirada de un niño lo dice todo, y esta chica, sonreía siempre que le veía pasar, el problema era que el ni siquiera sabía que existía, a pesar de ir a la misma clase, pues nunca se habían dirigido la palabra antes.
 Durante un buen día, la niña cayó al suelo mientras jugaba con sus amigas, haciéndose una herida en su rodilla. Su llanto fué interrumpido por una leve sonrisa cuando, aquel niño se acercó a ayudarla a levantarse. Le preguntó que si estaba bien, que si necesitaba ayuda y que dejara de llorar. Fué un momento que nunca olvidó.

Desde entonces, ella no dejaba que su herida cicatrizara por completo, levantándose un poco aquella cicatriz de su rodilla cada día, para que la marca de aquel instante nunca se borrara.
Pero nunca más volvieron a intercambiar una sola palabra. El nunca volvió a acercarse a ella, mientras la niña poco a poco, se olvidó de su herida.

Al escuchar esta historia, me sentí muy triste, de observar como el destino puede ser un maldito traidor que no nos deja cumplir nuestros deseos, de pensar que aquellos niños pudieron haber sido algo más que amigos algún día, si los dos lo hubieran tenido clara un sentimiento demasiado complicado para ellos. Todo apuntaba a que pudieron estar juntos, pero eso no ocurrió, ¿por qué?, jamás lo supieron...

Incluso aquel amor sucumbió a la crueldad del tiempo, desapareció como la lluvia en el mar, y aquella chica acabó olvidando incluso el nombre de aquel niño de su infancia.

Pero luego me dí cuenta, que el relato que estaba escuchando, escondía mucho más de lo que a simple vista puede apreciarse, y me pareció la historia más bonita del mundo. ¿Qué quiero decir con esto?, pues que debajo de ese fracaso, de ese todo que no llegó a ser nada, yacía una de las mayores enseñanzas que he tenido el placer de aprender en casi veinte años de vida:

Vivimos empeñados en forzarnos a olvidar, comprimiendo hacia lo más profundo de nuestro ser, todo lo que nos hizo daño, cualquier recuerdo que se escapa de nuestro interior en forma de lágrima, aquello que no hubiéramos querido que hubiera pasado, o todo lo que nos hubiera gustado que pasara y no ocurrió.

Hemos dado por supuesto, que el rechazo al dolor, es lo que tenemos que hacer para superar un mal recuerdo, pero gracias a la historia de esta niña, descubrí que estamos equivocados.

Porque si intentas olvidar a alguien, lo estas recordando a cada momento, cada segundo nuestra mente se inunda de lo que quieres evitar.

En cambio, si no nadamos a contracorriente, si, sencillamente, dejamos que todo siga su curso, que la vida te lleve por tu camino sin mirar atrás, al final, el tiempo se encarga de aquellos pensamientos de los que no querías saber nada más.

Porque nos empeñamos en cicatrizar las heridas, pero no nos damos cuenta de que tienen que cicatrizar solas, que por muchas ganas que tengas de que el daño desaparezca, no vas  a conseguir que se esfume mas rápido, pues todo necesita su tiempo para volver a ser como antes.

Gracias a esta niña aprendí que no tenemos que vivir empeñados en cicatrizar nuestras heridas, sino dejar que se curen solas y cuidar de ellas, para que no se vuelvan a abrir.
Porque todos tenemos nuestro patio de recreo, donde creeremos haber encontrado al amor de nuestra vida, aunque en realidad no lo sea, en donde viviremos rodeados de amigos con los que disfrutar de nuestro tiempo, y aunque a veces llegaremos tarde a nuestro destino y sufriremos miles de heridas por las que lloraremos, llegará un momento en el que te das cuenta que todo pasa por algo.

No lo olvidaré, que todos seguimos siendo niños que no saben lo que hacer, hasta que alguien te cuenta su experiencia, y te regala sus enseñanzas...
Ahora entiendo, que lo importante no es obligarse a uno mismo a olvidar, sino a aprender a vivir con las huellas del pasado sobre tu piel. No hay malos finales, solo pausas en el camino, y, gracias a aquellos niños, inocentes y jóvenes, que jamás llegaron a conocerse en el verdadero amor, hoy por fin he dejado de rascarme mis heridas, y han cicatrizado para siempre.

Vivir pensando en olvidar, significa no dejar de recordar.

Porque haciendo sangrar una herida, no mantienes vivo el recuerdo... sino el dolor de la pérdida.

-Vii Broken Crown-       

-Thinking of you, wherever you are-

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